26 noviembre 2006

Libro: "El gran duque de Alba", de Henry Kamen






Al terminar de leer la biografía de Henry Kamen sobre el Duque de Alba no puedo evitar recordar un artículo que leí hace aproximadamente un mes. El artículo hablaba sobre el estreno de la película Alatriste, y el columnista decía que era un momento en el que España estaba necesitada de héroes nacionales que sirviesen como elemento aglutinador de nuestro país. Figuras de ficción que reencarnasen los valores patrios y nos hiciesen sentir orgullosos de nuestro pasado. Pero, ¿para qué recurrir a la ficción cuando nuestra propia historia está plagada de personajes reales que han intervenido en aventuras épicas para la mayor gloria de España?
El duque de Alba puede ser el ejemplo de uno de estos personajes que tuvo como fin principal de su vida el servicio abnegado a España. Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III duque de Alba, fue ante todo un soldado al servicio de España. Aunque su labor como militar fue compaginada a lo largo de su vida con las artes cortesanas, si ha pasado a la historia es sobretodo por sus intervenciones militares en la mayor parte de los conflictos que sostuvo España en el siglo XVI.
Educado por su abuelo don Fadrique, su bautismo de armas fue en el sitio de Fuenterrabía en 1524. El joven Fernando contaba con 17 años y luchaba bajo las órdenes del condestable de Castilla. Esta acción le dio méritos para entrar a formar parte del ejército imperial con el que intervendrá en la toma de Argel o en la batalla de Mühlberg. Con la abdicación del emperador Carlos V en su hijo Felipe II, será cuando el duque comience a adquirir importancia como político además de militar. Él será quien tome el mando del ejército en Italia y en Flandes, donde se forjó su fama de cruel y justiciero.
El retrato que nos hace Henry Kamen del personaje es demasiado amable. Se nota que el historiador se siente muy atraído por la personalidad del duque, presentándolo como un político fiel a España, a su rey, y a la religión católica. Según Kamen, su vida se basa en los esfuerzos y sacrificios dirigidos a impedir la herejía en los dominios españoles, pasando de puntillas sobre su característica intransigencia y crueldad. Le justifica argumentando que, ante todo, el duque de Alba era un militar y todas sus decisiones las tomaba desde ese punto de vista. Pero no tiene en cuenta que las labores del duque de Alba también eran diplomáticas, y en eso falló estrepitosamente. Ante cualquier problema político, su solución siempre se centraba en el uso de la fuerza. Cuando fue nombrado gobernador de Flandes, sofocó brutalmente la revuelta y creó el Tribunal de los Tumultos, encargado de investigar cualquier atisbo herético. Al carecer de fondos –uno de los grandes problemas de la aventura imperial española-, estableció una serie de tributos a la población flamenca que le ocasionó aún más impopularidad de la que tenía. En 1573 fue destituido y de regreso a España fue detenido durante un tiempo por una disputa nobiliaria con el Rey.
Gracias a su férreo y duro carácter, consiguió mantener intactos los dominios españoles y ganar en la guerra los réditos que perdía con la política. Kamen relata que en muchas de las reuniones del Consejo del Rey, él solía ser la voz discrepante al que no se solía hacer caso. Aquello le causaba ataques de rabia en los que amenazaba con abandonar la corte y regresar a su casa. En alguna ocasión no tuvo más remedio que hacerlo ya que su dedicación política le ocasionó grandes quebrantos económicos. Su última acción militar fue la conquista de Portugal.
Es interesante el retrato que Henry Kamen hace de don Fernando, describiéndolo como un auténtico castellano, hosco, huraño, de difícil trato, honesto, leal, recto, apasionado de su familia y fiel a sus principios. Creo que no fue ni tan bueno como lo pinta el biógrafo, ni tan malo como lo critica la leyenda negra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No me queda muy claro si recomiendas leer el libro o no.