03 noviembre 2006

De ministros y aguadores

Este país se muere de sed. Y como dijo un ingeniero a principios del siglo XX: los lamentos de los que mueren de hambre y sed por la sequía son ahogados por las riadas. Tenemos un clima que aplasta la sequía con inundaciones. Nunca el término medio fue una virtud hispánica.
Pero entonces aparece una ministra preclara que decide solucionar este problema ancestral de España. Y después de un par de añitos sin proponer nada útil ni eficaz, se le ocurre tomar la única medida en la que no tiene el más mínimo poder decisión. Por si alguien no lo sabe, la ministra nos va a garantizar un mínimo de agua a un precio razonable -60 litros- y el resto a pagarlo a cojón de pato, que para eso el agua es un bien de ricos y ociosos que huelen a Álvarez Gómez. Ya se sabe que el pueblo llano no ha gustado nunca del agua en abundancia, porque la ducha o el baño diario quita el sebo y provoca enfermedades.
Lo mejor de todo es que argumenta que esa cantidad de agua es la que recomienda la ONU cómo mínima para garantizar la subsistencia vital. Es obvio que consumir 60 litros de agua en el Sahara o en Biafra es todo un lujo, pero tratar de aplicarlo en España es completamente absurdo. Sólo una mente estrecha, anclada en un pasado ya superado, podría ser capaz de proponer semejante tontería.
Y aún mejor: cuando la ministra se pone a arreglar uno de los problemas más graves de España, lo primero que hace es plantearse la opción de dictar una medida en la que la administración estatal no tiene la más mínima competencia. Debe ser que no se ha enterado que en el siglo XXI los aguadores son los ayuntamientos y las comunidades autónomas. En fin, de chiste.

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